domingo, 11 de mayo de 2014

Exposición Solo de Concertina 2013

SOLO DE CONCERTINA
Por: Christian Padilla

Los últimos trabajos de Ximena De Valdenebro se han concentrado en un objeto con una particular poética y algunas contradicciones curiosas: la concertina. Es extraña la belleza propia de un objeto que violenta y repele, así como es bastante curiosa la adopción para esa forma de un nombre tan musical y armónico. Así que esa belleza en la naturaleza nominal de un elemento transgresor y restrictivo hace pensar en las ambivalencias del acto de nombrar, si un objeto violento merece un nombre con un sonido o una connotación más agresiva, si su nombre en sí mismo debería inspirar miedo en vez de atraer.
La propiedad de expandirse del instrumento musical (la concertina) fue la que vino a caer en la boca de quien le vio un parecido con la reja, pero seguramente bandoneón o acordeón no le pareció un nombre apropiado, aquellos nombres de instrumentos semejantes a la concertina eran mucho menos bélicos para darle una propiedad de contención. Así que la capacidad de expandirse para hincharse de aire de un instrumento musical fue la analogía que su nombrador encontró en una reja que se podía abrir rápidamente para obstaculizar al enemigo, y si era requerido guardarla ágilmente para replegar tropas, avanzar y sitiar nuevamente con esta barrera portátil.
En cualquier caso, ese instrumento de guerra llegó a nuestras ciudades y pasó de ser un elemento móvil a uno estático, inmanente de nuestro paisaje, un elemento pesimista que pasa desapercibido en nuestra cotidianidad pero no deja de estar en continuo funcionamiento. Ximena De Valdenebro nos hace regresar a la consciencia de su existencia y de lo que ello advierte, y aunque al verlo en sus trabajos se hace presente la ciudad, está no se evidencia, no es necesario. La ciudad se muestra tácita entre la concertina y los cielos azules que remiten a la libertad. La línea ondulada de la concertina delimita lo público de lo privado, contiene y aprisiona pero a la vez expulsa y protege. En cualquier caso, la naturaleza de los seres vivos territorializa para generar distancias críticas que auguren la supervivencia, observación de Deleuze y Guattari en sus Mil mesetas: “hay que tener en cuenta simultáneamente dos aspectos del territorio: no sólo asegura y regula la coexistencia de los miembros de una misma especie, separándolos, sino que también hace posible la coexistencia de un máximo de especies diferentes en un mismo medio, especializándolas”.
En nuestro tiempo, su fin es la defensa de una sociedad aterrorizada, que vive en pequeños muros restrictivos pero se queja de las fronteras y de las grandes murallas que recaen en la fobia al extranjero, al racismo, al fascismo, a las diferencias de clase. Todo ello en una palabra tan musical y en una forma de rítmica belleza que De  Valdenebro reitera haciéndonos preguntar porque en esa armonía se esconde el peligro, y que se responde en el pensamiento de Zygmunt Bauman, quien en su libro Miedo líquido: la sociedad contemporánea y sus temores comenta ágilmente: “Nuestra sociedad moderna líquida es un artefacto que trata de hacernos llevadero el vivir con miedo”.
Es en esa contradicción que se hace valioso el señalamiento de la artista sobre el objeto, las incoherencias que plantea esta sociedad paranoica que cuida de su funcionamiento por medio de artefactos que después de emplazarse en la ciudad, se vuelven parte de un imaginario inconsciente por su naturalidad en nuestros trayectos diarios. De Valdenebro encuentra la poética del elemento y reflexiona sobre las dicotomías que este plantea, sin negar el hecho y potencial plástico que encuentra en sus ritmos, ondulaciones y brillos, convirtiendo la concertina en una excusa para sus sensuales obras. 




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